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Sin diferenciación de edades, género u ocupación, quienes se adentran en este mundo descubren que la cerámica no sólo implica modelar una pieza. El barro nos conecta con nuestras raíces, con los recursos disponibles en la naturaleza y con nuestro poder creador de transformar y materializar, soltando las limitaciones que se imponen a la imaginación. 
Desde un principio podemos percibir que realizar una pieza es un recorrido creativo más que un destino en sí mismo. Encuentro tras encuentro, vamos descubriendo que desapegarnos a los resultados es una de las enseñanzas más valiosas que nos brinda la cerámica. En cada instancia pueden surgir contratiempos, propio de lo artesanal, que no dependen completamente de nosotros y no podemos controlar, y aceptarlos para volver a comenzar es, muchas veces, la mejor decisión. Un aprendizaje que trasciende el taller y la cerámica.
La libertad de elección y de expresión, se hace presente desde el primer momento en el que nos planteamos nuestras búsquedas personales. Saber qué quiero hacer, para qué, con qué y cómo, puede parecer abrumador al comienzo. Sin embargo, el objetivo de los talleres es precisamente acompañar a las personas a abrirse, escucharse y a guiarlas en ese desafío. Son espacios en los que se invita a fluir, sin pensar de más y sin la exigencia de tener que ser productivos.
A diferencia de lo que generalmente se supone, hay una amplia variedad de pastas cerámicas con las que se puede trabajar. Se diferencian en sus composiciones y en la temperatura y tiempo de horneado.  Dentro del grupo de las pastas que se cocinan a baja temperatura se encuentra la Terracota, que se caracteriza por su color rojizo producto de óxido de hierro. Se hornea a temperaturas que no superan los 1000 grados y resulta una cerámica porosa y permeable, por lo que requiere técnicas que la impermeabilicen si queremos usarla en vajillas. También encontramos la Losa, que por ser de color blanco, necesitamos también protegerla para cerrar los poros e impermeabilizarla aplicando una capa de esmalte que requiere una cocción entre los 1020 y 1060º. 
En el otro grupo están las pastas que se hornean entre los 1100 a 1300º y por eso se las considera de alta temperatura. El Gres es la opción cada vez más elegida entre ceramistas,  alumnos e incluso consumidores debido a la variedad de colores que ofrece: blanco, tostado, chocolate. Sus componentes permiten que adquiera mayor  resistencia e impermeabilidad, tanto así que nos da la opción de evitar el uso de esmalte en la totalidad de la pieza. A la vez, las altas temperaturas logran que los esmaltes se fundan generando efectos casi mágicos. La porcelana, un material conocido desde siempre, también forma parte de este grupo y resulta 100% impermeable pero poco plástico al momento de modelar. 
Cualquiera sea la pasta que decidamos usar, hay algunas técnicas básicas de modelado que van a depender de la forma que queramos lograr. Podemos usar la técnica de pellizco para hacer una taza, de plancha para hacer un plato, de chorizos para un jarrón o vaciado para una pieza escultórica. A las que se suman las técnicas en tornos alfareros que muchos se están animando a explorar. No hay un sólo camino para lograr un resultado, disponemos de la libertad para elegir con qué nos sentimos más a gusto, confiados o, incluso, desafiados.  
Después del modelado, las piezas pueden pintarse con engobes, una mezcla básicamente de arcilla y pigmentos u óxidos colorantes. Deben estar completamente secas antes de entrar al horno, donde adquieren resistencia y el estado de bizcocho. Luego de ésta primer horneada,  podemos elegir qué acabado final queremos lograr: dejar la pieza en su color natural o hacerle algún diseño con pigmentos, usar esmalte transparente o tonalizados, jugar con la mezcla de colores o si trabajamos con alta temperatura dejar la cerámica descubierta. 
Decidido esto, pasamos a la 2da horneada donde los esmalten se funden y el gres adquiere su resistencia e impermeabilidad final. 
La cerámica puede parecer un paso a paso de receta, pero dentro de cada instancia, hay un mundo de infinitas exploraciones que van surgiendo en la medida que nos adentramos en las variables. Desde aprender a mezclar los componentes que van a formar la pasta que utilicemos, hasta la investigación y exploración con óxidos o pigmentos para hacer nuestros propios engobes o esmaltes.
Modelar una pieza resulta un momento que nos lleva a conectarnos con nuestro interior, con lo que estamos haciendo, con el material, las texturas. Nos invita a volcarnos dentro y enfocarnos en el momento presente, en ese instante. Los talleres nos brindan el espacio para desconectarnos del ruido exterior y reconectarnos con nuestra esencia personal. Y a su vez, en ellos se gestan vínculos que van formando parte del camino, como apoyos, guías, impulsores, que convierten la experiencia individual en una práctica colectiva.