Thmubnail
Thmubnail
Thmubnail
Thmubnail
Thmubnail
Thmubnail
Thmubnail
Thmubnail
Thmubnail
Thmubnail

La globalización hace que muchas costumbres y manifestaciones culturales atraviesen las fronteras y terminen siendo adoptadas en los rincones más diversos. Por eso las grandes ciudades tienden a asemejarse, aunque se esfuercen por atesorar sus particularidades distintivas con tenaz orgullo. Hay una matriz que parece atravesar a los ciudadanos de aquí y de allá, al menos en las sociedades occidentales.

Sin embargo, en el vasto planeta que habitamos hay espacio para incontables expresiones y formas de vida. En pleno siglo XXI subsisten etnias que conservan su esencia y se mantienen, en cierta forma, al margen de la ola globalizadora, pese a que muchas de ellas han sabido integrarse a los engranajes internacionales sin resignar su sello.

En el exuberante territorio africano llaman la atención las tribus que habitan en reservas naturales y parques nacionales de gran interés turístico. También sorprenden las rutinas cotidianas de poblaciones asiáticas que se desarrollan entre ríos y manglares o de los aborígenes que siguen estoicos en los desiertos de Oceanía. Incluso en Europa y en nuestra América pueden encontrarse hombres y mujeres que preservan su folclore y se erigen como tutores de acervos construidos a lo largo de los siglos.

 

Los samburus, amigos de los elefantes

En la región septentrional de Kenia, en el este africano, viven los samburus. Emparentados con los masáis, son seminómadas ya que se dedican a la cría de animales y se van desplazando en búsqueda de alimento para el ganado.

Una de las particularidades de los samburus es que beben sangre de las vacas, aunque no suelen consumir su carne excepto en acontecimientos especiales. La técnica consiste en realizar un pequeño corte a la altura de la yugular del bobino para recoger la sangre en una pequeña vasija. Finalmente apelan a ceniza caliente para cicatrizar la herida.

Los bailes y los cantos que hacen a la identidad cultural de los samburus son apreciados en vivo y en directo por los afortunados viajeros que llegan hasta su terruño, donde funciona un albergue ecológico que gestionan ellos mismos. Muy cerca del alojamiento se distribuyen sus viviendas de paja, madera y barro.

El vínculo de los samburus con el exterior no se limita al turismo. La comunidad está comprometida con la protección de los elefantes e incluso administra el Santuario de Reteti para cuidar a crías abandonadas o huérfanas. En este marco, si en su día a día observan a alguno de estas enormes criaturas en problemas, se comunican al instante con las autoridades para tramitar la asistencia. Después de todo los elefantes, así como las jirafas, las cebras, los leones y los antílopes, son vecinos que conviven con estos aborígenes desde tiempos remotos.

 

La impactante decoración

corporal de los karos

En el Cuerno de África se halla Etiopía, una nación de historia milenaria que impacta con su diversidad étnica. Allí, junto al río Omo, viven los karos. Una tribu que deslumbra con la decoración corporal de sus miembros, la cual representa la posición de cada uno en la comunidad.

Los karos recurren a diferentes tipos de escarificaciones para retratar sus logros. Estas marcas se ganan al matar a un enemigo o al cazar a un animal peligroso, por ejemplo. Pinturas abstractas en el torso y el rostro, collares, brazaletes y flores en la cabeza también son ornamentaciones habituales. Para las ceremonias más trascendentes, los karos hacen una especie de pasta con carbón, yeso, grasa animal y otros ingredientes y así tiñen su cabello, que se endurece con la mezcla.

Otra etnia etíope de llamativos rituales son los hamer. Al igual que los karos, colorean su pelo, apelan a las escarificaciones y llevan a cabo un peligroso rito que llaman Ukuli Bula. En él, los jóvenes que pretenden convertirse en adultos deben demostrar su valentía corriendo desnudos sobre una extensa fila de toros. Luego de saltar sobre el primero, tienen que avanzar hasta el final, dar la vuelta y desandar el camino hasta regresar al punto de partida. Quienes se caen no logran completar la transición a la adultez y deben volver a intentarlo al año siguiente.

Los hamer tienen otra tradición que resulta escalofriante: las muchachas que aspiran a conseguir esposo invitan a los hombres a azotarlas. Con una especie de látigo o vara, los integrantes masculinos las golpean sin respiro en la espalda, generándoles heridas de distinta gravedad. Dichas laceraciones constituyen un reflejo de su valor y les permiten ganar reconocimiento y reputación.

 

Los itelemenos, entre canoas y trineos

Kamchatka es una península remota que se encuentra en el extremo este de Rusia. En esta zona, entre osos, lobos y alces, se emplazan diferentes etnias. Una de ellas son los itelemenos o itelmenos, una población autóctona que hoy se compone de menos de 1.500 personas. Asentados en la costa oeste, aún mantienen su lengua y su estilo de vida, basado en la pesca (sobre todo de salmón) y la caza.

Mientras en otras partes del planeta cada vez son más quienes se trasladan en automóviles eléctricos que se conducen solos, los itelemenos del siglo XXI utilizan los mismos transportes que sus antepasados. Las canoas de álamo les permiten utilizar los ríos como calles y rutas, llegando a distintos puntos de la península. En invierno, los trineos impulsados por perros son el medio de locomoción por excelencia de esta comunidad que, como los koriakos, los chukchis y otros pueblos, aportan riqueza cultural a Kamchatka.

 

El kankurang, guardián de los bosques

Entre los diversos rituales de iniciación que ejecutan numerosos pueblos a lo largo y ancho de la Tierra sobresale el Kankurang, inscripto en el Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO. Se trata de una práctica desarrollada por los mandingas, quienes viven en Gambia, Senegal y otras naciones africanas.

El protagonista es un personaje del mismo nombre que el rito: el kankurang, una criatura que protege los recursos naturales y las tradiciones de la etnia. Lo representa un hombre que lleva una máscara realizada con las fibras y la corteza del árbol faara, tiene el cuerpo pintado con pigmentos vegetales y se viste con hojas. El kankurang aparece entre cantos y bailes en las ceremonias de circuncisión y otros eventos, ahuyentando a los malos espíritus y cuidando el orden. Este ser se lleva a los jóvenes al bosque, donde los ancianos les transmiten sus enseñanzas antes de enviarlos de vuelta a las comunidades, donde ya son recibidos como adultos.