Thmubnail
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Aunque en el momento de anotar, hace unos 20 días, todo respondía a una lógica, una vez comenzado el viaje esa lógica parece disolverse. En la libreta sólo quedan visibles las sentencias; un listado de verdades, mojones que hay que unir para formar un camino, órdenes que me llegan de mí mismo. Por ejemplo, la primera dice: “Pasar por Falda del Carmen (de Falda del Carmen sale una flecha). Comer un sándwich en el Almacén de Quito (de Quito sale otra flecha). Jamón crudo. Desviar unos metros de la ruta como para el observatorio (pequeño esquema de una rotonda). Después volver”. 
Primera anotación y primeras dudas. El viaje tiene como objetivo pasar un par de días en La Cumbrecita. Falda del Carmen queda a unos 90km de allí. Por otra parte ¿Qué significa “después volver”?  ¿No distraerse, recordar el objetivo? Freno. Pido el sándwich. Rico, muy rico. Sigo. 
Desde ahí el camino pasa por varios pueblos y dibuja la costa del Dique Los Molinos hasta doblar y decido ir hacia las Sierras Grandes: una barrera de rocas que recorta el horizonte y forma junto con las Sierras Chicas el Valle de Calamuchita. A los pocos kilómetros Google maps indica que estoy por llegar a Inti Yaco. La libreta ratifica la parada con dos signos de exclamación, esta vez sin ordenarme nada. Freno junto al puente que cruza una quebrada natural por la que, debajo, corre un río rodeado de playas. Todo el entorno son bosques y pinos y como hace unos días llovió, camino un rato buscando hongos comestibles. 
Nota al lector: si no los sabe distinguir, no improvise. En mi caso, la pertenencia familiar implicó participar de excursiones al bosque para distinguir, extraer, limpiar y cocinar hongos de pino, casi siempre en salsa para la pasta. Cosecharlos al lado de los senderos sigue siendo una fiesta. Debo insistir en que si no sabe distinguir, mejor compre a los lugareños. Elegir los hongos equivocados puede traerle desde dolores de estómago hasta complicaciones mucho más serias.
Todo es un poco errático por más planificación que exista. Por ejemplo esta crónica; ya vamos más de 4 párrafos y el objeto de la nota no aparece. La Cumbrecita está todavía a unos 10km y no terminamos  nunca de llegar. Sin embargo, estas demoras son necesarias. La distancia con el lugar que deseamos conocer nos impone un camino, demora el descubrimiento pero también permite transiciones que van predisponiendo el cuerpo y el alma para lo que vendrá. Es así que cuando por fin llego a La Cumbrecita después de recorrer la sierra, apenas puedo creer cierta la imagen de ese pueblito escondido en un valle de donde brotan árboles de colores, tejados y ríos. El plan de la libreta era llegar por la mañana pero no, son las 18hs. Llovizna, está cayendo el sol del otoño y el pueblo se prepara para replegarse hacia los interiores de las casas y los hoteles donde los hogares están encendidos. A cualquier hora del día, La Cumbrecita es uno de los 3 o 4 pueblos más lindos de la Argentina. Pero si uno puede acomodar un poco el encuadre, elegir el momento indicado, al pueblo le sobra para ganar el ranking nacional y disputar el puesto en las ligas mayores. Todo parece ficción, todo parece un cuento. 
Algunos datos: Queda en medio de una Reserva Natural que lleva su nombre en el corazón de las Sierras de Córdoba, debajo de las cumbres más altas de la provincia. Todo alrededor del pueblo es agreste y casi sin vegetación. Sin embargo, el pueblo en sí mismo está inmerso en el bosque y se desarrolla debajo de añosos árboles que marcan los caminos y generan un clima diferente. Al ser una colonia centroeuropea, las construcciones respetan el estilo alpino con techos a dos aguas, balcones de madera y ventanales brotados de flores. Heidi podría vivir en cualquiera de esas casas sin extrañar su chalet en Suiza. Cuando llegaron los primeros europeos en la década del 30, en la zona vivían familias de criollos que estaban y están arraigadas al lugar desde siempre. Entre las dos tradiciones se formó este pueblo que vive del turismo, restringe el ingreso de vehículos, tiene cascadas, ardillas, duendes, ríos subterráneos, se alimenta de energía solar y fabrica cerveza y chocolate para placer de los visitantes. Este bosque se construyó árbol por árbol; paisaje e historia fueron parte de un mismo proceso. 
La anotación en la libreta había ordenado dormir en uno de los hoteles tradicionales. En mi caso es un buen criterio. Cuando viajo para luego escribir prefiero que el lugar sea casi un manual de la identidad del destino y, aunque suene pretencioso, es perfectamente posible. En La Cumbrecita hay varios lugares así, algunos además son antiguos y forman parte de la historia del pueblo. 
Las imágenes que vi en la web en el momento de la reserva no lograron anticipar el impacto que produce la inmensa fachada alpina que me recibió. 
Definitivamente ahí también podrían vivir Heidi, Clara y también su abuelo. Adentro, el calor de la leña se distribuye por los salones y empaña los vidrios de los ventanales repartidos. Todo es de madera, trabajada con firmeza para que dure por siempre; la barra de recepción, las ventanas, los pasamanos de la escalera también de madera que conduce al primer piso, al segundo, luego al tercero y finalmente a la habitación del altillo, que es la que pedí. Todo cierra a la perfección, estoy dentro del cuento. 
Salgo para cenar en un pueblo ya metido en la noche y aunque la idea era comer algo liviano, otra vez la libreta ordena desde su lógica: “Goulash con Spätzle (flechita a dibujo poco elaborado). Comida de olla. Europa del este y centro. Hungría. (flechita). Páprika. Comprar”. “A la cerveza” la pedí yo directamente, sin órdenes anteriores quiero decir. Ahora sí, a dormir.
Al pueblo se ingresa exclusivamente por un puente. A partir de allí, las callecitas son angostas, y están repletas de flores, árboles y casas alpinas. Ayer cuando llegué, la última luz de la tarde se filtraba por las nubes y empezaba a lloviznar. Lo más atractivo parecía estar dentro de las construcciones donde adivinaba sillones mullidos y crepitar de ramas en los hogares. Pero hoy al despertar el clima cambió. El sol se cuela por la puntilla de los cortinados y anuncia buen tiempo. Salgo al balcón para corroborar y, de nuevo, todo parece salido de un cuento. ¿Se acuerdan la escena de Blanca Nieves en la que los pajaritos cantan con ella en medio del bosque y luego viene Bambi y las ardillas juegan a su alrededor? Bueno. Casi. Digamos que no desentonaría.   
Desde la altura en la que estoy, el bosque cercano es una muralla que separa y deja ver un mundo distinto. No exagero. Chequee las fotos. Los árboles parecen iluminados por dentro gracias al otoño que va distinguiendo árbol sobre árbol, contrastando amarillos, verdes, ocres, rojos. Bajo las escaleras de un altillo que ya creo mío. Todo sigue en el mismo tono en perfecta coherencia; el olor de la leña, el crujir de los escalones, los sillones de los pasillos, el salón del desayuno, la vajilla. Es como un set para una película con la diferencia que nada es utilería; ni las ventanas alpinas con cortinas de puntillas, ni los paisajes que se ven desde las ventanas, ni mucho menos las mermeladas caseras que están sobre la mesa a un lado de las medialunas. Todo es auténtico aunque parezca un cuento. 
El día seguirá con esa negociación entre lo que surge y lo que está anotado. Seguir el camino del Bosque hasta llegar a La Capilla (libreta). Probar diferentes variedades de cerveza (improvisación). Caminar hasta la Cascada (flecha. Camino de raíces. Libreta). Procurar dulce, pastel o cualquier producto hecho con zarzamora (libreta). Almorzar un plato alemán que incluye carré de cerdo ahumado, salchicha, chucrut y papas. Dormir una breve siesta en el hotel (combinado: improvisación y libreta). También charlas con los vecinos, fotos cada cinco pasos, senderos que llevan al río, cerros para trepar y chocolates. 
La Cumbrecita es uno de esos lugares que parecen un secreto que hay que mantener, pero sin embargo es un secreto que miles y miles compartimos. Hay pocos pueblos en los que todo vibra en una misma sintonía; el paisaje, la identidad, la ubicación, la propuesta. Acá sucede, todos los detalles miran hacia el mismo lugar y creo que a veces pasan sin estar planificados. El bosque se llena de ardillas, nacen hongos rojos con pintas blancas, las flores cubren una ladera, sale humo de una chimenea sobre un fondo de pinos y abedules, un vecino pasa a caballo moviendo un manto de hojas amarillas, el rojo de las flores estalla en los balcones. Detalles fuera del guion, cosas que nadie planificó en su libreta pero forman parte de la historia que nos hace  vivir el pueblo.
Tomar una lapicera y un par de hojas. Escribir como título “Escapada a La Cumbrecita”, o algo similar. Anotar los puntos en el recorrido aunque luego no los cumplamos. Planificar un viaje es un acto de fe; nada termina siendo como lo anticipamos, pero siguiendo los mojones algunas veces llegamos a un lugar como éste, nos metemos de lleno en el cuento y encontramos nuestro lugar en el mundo