Los viajes suelen estar atados a cronogramas estrictos. Hay que llegar al aeropuerto varias horas antes, apurarse para no perder el tren, considerar el tráfico si se elige el automóvil... No es el caso de los que optan por la fascinante experiencia de navegar en velero para visitar distintos países. Para ellos, el ritmo lo impone la naturaleza: cuando las condiciones meteorológicas acompañan, queda en manos de los navegantes definir el horario de salida y el destino al que se desea arribar.
Una embarcación a vela garantiza la privacidad. Es una excelente alternativa para unas vacaciones románticas, pero también para pasarla bien en familia. Sin multitudes a la vista, no hay filas para abordar ni esperas para comer. Un velero invita a la conexión con el entorno natural y a la contemplación del paisaje. Aunque las previsiones son necesarias, esta modalidad ofrece un amplio margen de acción: es posible extender la permanencia en un sitio o modificar el plan inicial sin grandes complicaciones.
La seguridad, por supuesto, es clave. Para un periplo extenso, el velero debe estar equipado con sistemas de navegación y comunicación de última tecnología. Contar con seguro de navegación y con toda la documentación en regla también resulta imprescindible. Asimismo, que haya alguien a bordo que sepa primeros auxilios aporta tranquilidad ante cualquier contingencia. Más allá de las herramientas que hoy minimizan los riesgos, surcar los mares sigue acarreando una buena dosis de incertidumbre y peligro.
De una bahía a una isla y de allí a una pequeña cala o a una playa perdida en un golfo. El Caribe, la Polinesia, la Costa Amalfitana y Grecia son algunos de los destinos más populares entre los veleristas. Cuando la intención es dar la vuelta al globo, hay que pensar en una aventura de no menos de ocho meses de duración. Claro que se pueden organizar trayectos menos ambiciosos y más factibles. Unos días de navegación son suficientes para una experiencia inolvidable con el viento y las olas como fieles compañeros.